lunes, 29 de julio de 2013

La concha de tu madre también es poesía.

Debajo de la sombra del brillo de tus ojos crece un abedul. Cuando terminabas de cortarlo, otro crecía. Conseguiste una cuadrilla para trabajar en el tema e igual no habia caso. Desesperada, cerraste los ojos y el abedul creció adentro tuyo. Tenías miedo de que te salga por la cabeza, pero cuando pasó ya eras otra.

viernes, 5 de julio de 2013

Capitulo uno

Y empezamos a caminar en dirección a la cueva del Sabio, hasta ahí las cosas correspondían. Una mula flaca, nosotros detrás, el peso de las provisiones, el clima de la montaña, escuchamos varios arroyos, el camino de piedra a veces, también de barro y varias veces cruzamos praderas. Flores grandes como manos, flores minúsculas, violetas, amarillas, rojas, azules, verdes, blancas. Subimos una cuesta que parecía nunca terminar, el valle detrás casi nos derrumba. Un intenso perfume de azhares, jazmines. Todas las maravillas a los que los relatos me habían acostumbrado, ninguna de estas maravillas me llenaba, quería ver a ese sabio que era tan famoso, quería llegar. Y seguimos y mi amigo me dijo: ¿tanto apuro tenés? Seis meses de ayuno, quince años sin comer carne, una vida de purificación y ascetismo. ¿me iba a dejar encandilar por unas flores? Lo miré fijo: "sigamos". La aldea de donde partimos correspondía a las descripciones de los libros, era extraordinario o hubiese sido extraordinario si no lo supiese desde antes. Las mulas, correspondían a las de la profecía, el pelaje, el peso, la forma de conseguirlas, el pago efectuado con astucia, pero sin codicia, todo. Los astros se agrupaban, los sapos croaban en do. y llegamos a la entrada de la cueva, y dejamos las ofrendas que nos parecieron extrañas y que fue lo mas dificil de conseguir y hasta ahí llegaban los libros sagrados. Y cerré los ojos en la puerta, y lo ví, su túnica de seda, su indescriptible color, hermoso, alto, resplandeciente, rubio, con su báculo, con un culo hermoso, con pestañas tornasoladas, su voz era suave, dulce, sus pies ligeros, su fuerza espectacular. Asi tenía que ser, dije. Asi o un viejo. Abrí los ojos. Enfrente mio, un hombre, en su mano izquierda sostenía una cilindro de cartón que humeaba, en su mano derecha una taza que tenía escrito "rodrigo: el potro cordobes" y una especie de figura dibujada. No tenía ninguna túnica ni nada. Usaba algo similar a los antiguos pantalones, solo que de una tela brillante y negra que parecía totalmente artificial. Miré sus pies, cubiertos por un calzado de lonma con suela blanca, pero manchado. Lo miré a los ojos, unos gruesos anteojos los cubrían. En el fondo, atrás de todo estaban. Sus manos parecían sucias. Su torso desnudo no mostraba nada, sólo una panza. Balbuceó: