lunes, 20 de junio de 2011

Acumulación originaria.

Estallando desde los falanasterios, aquellos que no pudieron resistir la utopía fourreriana: huyeron a Villa Ballester. Sólo que en aquel entonces no se llamaba así. Huyendo del mundo entallado, correcto, a medida; midieron aquel otro descomunal, vacío y abordable; cómo en poltergeist: irremediable cementerio. Escapando de aquella libertad reglada, de la fantasía de la fábrica: megafón y Arcángelo. No, jamás iban a aceptar un comando, una indicación una ruina de su amor. Estos románticos irredentos, polentosos, repollescos, adjetivados iban a huir, a mayor o menor velocidad, pero inexorables.
Dicen aquellos que alguna vez estuvieron que aquí ya no había indios, okupas fantasmas, tierra libre y vacía, de chacras y ciénegas (porque no confundamos la inconmensurable y borgeana llanura donde no existía el ayer y el mañana con esta tierra cenagosa, de entre los cauces de los ríos, rica en anguilas, sauces y lirios: porque Borges quiere que olvidemos indios y aliens en una dulce, suave y falsa síntesis hegeliana). ¡Oh usurpadores de los mitos!
Y estos extranjeros quisieron moldear sus propios falanasterios, templos regulados. Viendo la ciénaga pensaron que unas semillas de occidente bastaban para ella, pero la mecha, la combustible estaba en el barro de sangre y mataderos, de runas y pueblos. Recuerdo Ballester de antes de los puentes, exclaman arcanos oxidados. Recuerdo las ci enagas y los cotos de caza que hoy sobre una vereda de macadam parecen imposibles. Y cuando veías el tiempo desplegado en tragedias exhalabas llena de amor sabiendo lo fútil del esfuerzo de la tierra ajena. Como el enamorado que colma de regalos y berretines a un amor de otro, ciego de ambos deseos, despilfarrado y dañanado.
Y todas las mañanas el te esperaba laborioso, y por las noches te corría por las calles clamando tu nombre, lejos de tu nombre. Y como aquella que ama el esfuerzo lo amaste, de lejos, por la novedad. Y tu cienga fluía debajo del corset de asfalto que occidente te ceñía, pero el intruso construía monumentos a tu gloria, pequeños altares secretos, de yerbas, de frutales, de alamedas, de casas tudores con trópicos en tus puertas. Y como de Europa te trajeron los hierros que surcaron tu fango y los científicos que turbaron tu calma así les diste tus hijos que anunciaban tu orgullo.
En esta tómbola del amor ¿quién podía salir ileso?. Sangre , puñal y represión y semillas de futuro o progreso.
Hoy extranjero de vos te digo te amo.



PD: Acaso sirva esta nota para decirte que si pretendes no leer lo que leeiste seas ciega.

jueves, 9 de junio de 2011

Algún recuerdo.

Si es para mi suerte o desgracia, ese es camino del destino; sin embargo de pibe iba a misa. Quizás sea un anacronismo, por mi edad, mi época, mi clase y todas las determinaciones posibles. Sé que iba a misa, me bautizaron, comuniaron y confirmaron, tuve catequesis, memoricé -circunstancialmente- las virtudes teologales, aprendí pasajes de la Biblia, aprendí también a leer las citas editoriales (para la correcta exégesis)y a citar versículos, fasículos y capítulos (quizás por eso hoy huya de las citas autorizantes como del dogma).
De pibe iba a Misa ¿Resitencia pacífica a lo Gandhi? ¿simple fastidio? ¿Sopor general? cualquiera la causa, dormía durante los sermones. Probablemente fuese lo mejor que se podía hacer a los nueve años un domingo invernal luego de algún almuerzo abundante. Pese a mis esfuerzos, no siempre pude dormir, hubo domingos que oí el sermón, o la Lectura. El día de la parabola del grano de trigo que debe morir para dar frutos, ese día, fui el mas solicito, el mejor discípulo. Me inundé de un gozo artificioso, de una santidad de cotillón, mi inocencia infantil se corrompió con los aires del artificio y el sermón. Luego de la sermoniación sermoneás. ¡Oh el delicioso encanto de las epifanías! Salí de misa en silencio, flasheando profeta, místico y obediente. Quería que esa santidad se extienda hasta los confines de mi existencia, pretendí estar mas allá de la sucia dialéctica de los hombres y su historia, sus deseos mortales como su corrupta carne, parecían una sombra, una burla del plan divino. ¡Qué lejos se puede estar de dios!
En esa ficción, en esa comedia comprendí la hipocresía y dejé que mi amor se cubriese de misericordia, humildad y soberbia. Los pobres niños que no eran tan afortunados como lo era, los desvalidos, desahuciados y desesperados: esa caridad me escondía, me protegía y distanciaba del Hombre.
Vuelvo a leer lo del grano de trigo y es bastante profundo, ahora lo filtro con el Che Guevara.
Soy muy cobarde.

domingo, 5 de junio de 2011

¿Algún día voy a detener esta espiral de destrucción? Pasa el tiempo.