Estabas aferrada, unas carpetas, apuntes, eran tu balsa, hundida en el fondo del vagón. Mirabas hacia abajo, parecías a punto de quebrarte; disuelto en la multitud me refugiaba. Un instante, eras realmente frágil, hasta que me viste, te rascaste la cabeza y cruzamos miradas. Ya no podíamos volver al subte, ni refugiarnos, habiamos entreabierto una puerta y nos identificabamos; era de esperarse: evitamos nuestras miradas todo el viaje.
La humanidad suele ser una pesada carga. Considerá lo rídiculo del subte, la ciudad, los trámites.
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