Si es para mi suerte o desgracia, ese es camino del destino; sin embargo de pibe iba a misa. Quizás sea un anacronismo, por mi edad, mi época, mi clase y todas las determinaciones posibles. Sé que iba a misa, me bautizaron, comuniaron y confirmaron, tuve catequesis, memoricé -circunstancialmente- las virtudes teologales, aprendí pasajes de la Biblia, aprendí también a leer las citas editoriales (para la correcta exégesis)y a citar versículos, fasículos y capítulos (quizás por eso hoy huya de las citas autorizantes como del dogma).
De pibe iba a Misa ¿Resitencia pacífica a lo Gandhi? ¿simple fastidio? ¿Sopor general? cualquiera la causa, dormía durante los sermones. Probablemente fuese lo mejor que se podía hacer a los nueve años un domingo invernal luego de algún almuerzo abundante. Pese a mis esfuerzos, no siempre pude dormir, hubo domingos que oí el sermón, o la Lectura. El día de la parabola del grano de trigo que debe morir para dar frutos, ese día, fui el mas solicito, el mejor discípulo. Me inundé de un gozo artificioso, de una santidad de cotillón, mi inocencia infantil se corrompió con los aires del artificio y el sermón. Luego de la sermoniación sermoneás. ¡Oh el delicioso encanto de las epifanías! Salí de misa en silencio, flasheando profeta, místico y obediente. Quería que esa santidad se extienda hasta los confines de mi existencia, pretendí estar mas allá de la sucia dialéctica de los hombres y su historia, sus deseos mortales como su corrupta carne, parecían una sombra, una burla del plan divino. ¡Qué lejos se puede estar de dios!
En esa ficción, en esa comedia comprendí la hipocresía y dejé que mi amor se cubriese de misericordia, humildad y soberbia. Los pobres niños que no eran tan afortunados como lo era, los desvalidos, desahuciados y desesperados: esa caridad me escondía, me protegía y distanciaba del Hombre.
Vuelvo a leer lo del grano de trigo y es bastante profundo, ahora lo filtro con el Che Guevara.
Soy muy cobarde.
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